sábado, 10 de septiembre de 2016

Del libro en preparación “Amigos, Aliados y Enemigos. Bahía de Cochinos, una enseñanza III

Mario J. Viera


Capítulo LV

Bahía de Cochinos, una enseñanza

(Tercera Parte)


En un continuado y en crecimiento intercambio de golpes y contragolpes económicos entre los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba, Eisenhower que busca la oportunidad para romper las relaciones diplomáticas con Cuba, pone en vigor el 19 de octubre unas medidas generales para prohibir las exportaciones de Estados Unidos a la isla con la excepción de alimentos, medicinas y equipos médicos. Esta medida le había sido propuesta a Eisenhower por Douglas Dillon y por el Secretario de Comercio Frederick H. Mueller en reunión celebrada seis días antes[1]. La medida propuesta, en opinión de Dillon, no provocaría la caída de Castro, pero generaría más presión sobre su gobierno, además de ser efectiva para exponer muy claramente la posición de los Estados Unidos; por otra parte, esa medida tendría un efecto de aliento para los grupos disidentes que en el momento se mostraban activos. Además, señalaría Dillon, la medida podía enmarcarse dentro de la Ley de Control de Exportaciones. Desde el punto de vista de los acuerdos internacionales, esta medida se podría tomar como una defensa de Estados Unidos contra las acciones económicas agresivas de Cuba. Una riposta lógica de Estados Unidos contra el gobierno cubano por no haber pagado sus importaciones habría sido suspender las importaciones de Cuba hacia Estados Unidos; pero no, eso no habría sido lo más apropiado, lo correcto, y he aquí la sutileza de la propuesta, es que Estados Unidos estaría cortando sus propias exportaciones hacia Cuba, no las importaciones procedentes de la isla, y lo podría hacer porque Cuba no había pagado lo que debía. 

Se trataba de una estratagema hábilmente concebida: “Cualquier restricción de las importaciones desde Cuba habría podido ser tomada bajo la Ley de Comercio con el Enemigo, pero ─ hace notar Dillon ─, no estamos preparados para dar el paso de declarar a Cuba como enemigo”. Era evidente la intención: provocar a Fidel Castro y hacerle incurrir en un “error” que diera pretexto para una acción militar directa de Estados Unidos contra Cuba, o, en su defecto, hacer que Castro se decidiera romper unilateralmente las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, de este modo Cuba quedaría enmarcada como nación enemiga. Sin embargo, la astucia de Capo di capi de Fidel Castro no le hizo caer en la trampa y supo sacar provecho político de la decisión del Potomac presentándole como un ejemplo más de su hostilidad hacia la revolución y hacia Cuba.

 Definitivamente, ni Eisenhower, ni sus asesores tomaban en cuenta un rasgo importante en la personalidad del líder cubano y que definía toda su conducta política. En una reunión del Consejo Nacional de Seguridad, celebrado el 15 de julio, de pasada, se trató una comunicación que había emitido la embajada en La Habana, pero sin darle la requerida importancia. En el Memorando de aquella reunión se expresaba:

“La Embajada de Estados Unidos había divulgado la creciente opinión de que Castro estaba dispuesto a sacrificar los intereses cubanos a su mayor ambición de humillar a los Estados Unidos, destrozar el sistema interamericano y asumir el liderazgo en América Latina[2].

El 22 de octubre respondiendo preguntas del Grupo de Trabajo sobre Cuba, Braddock, declararía: “La popularidad de Fidel ahora se hunde hacia un mínimo irreducible. Veinte a treinta por ciento de la población probablemente esté con él hoy. Este segmento, sin embargo, incluye tipos jóvenes y combativos y hace una minoría muy eficaz”. Evidentemente una especulación muy subjetiva y conducente al error de pensar que un desembarque de combatientes anticastristas en Cuba estimularía un alzamiento del 70 al 80 por ciento de la población supuestamente contrarios a Fidel Castro en aquel entonces.

Para el 20 de noviembre el presidente convocó a una reunión[3] con altos funcionarios del gobierno y de la CIA para conocer la marcha de los trabajos y considerar las opiniones que le expresara con preocupación William D. Pawley, un empresario con amplia experiencia en Centro y Sur América. Aunque Eisenhower lo consideraba como un fanático tenía una buena apreciación de sus opiniones. Según Pawley, el trabajo que se hacía en Guatemala resultaba lento y, en realidad, lo que se estaba era retrocediendo; por otra parte, proponía que la fuerza de 500 hombres que se estaban entrenando debería incrementarse hasta al menos 2000 hombres. Con respecto al Frente Revolucionario Democrático (FRD) tenía una pobre opinión de algunos de sus integrantes, considerando además que el FRD tendía hacia la izquierda y dejó entrever que uno de sus dirigentes “era peor que Castro”. En el Memorando de esta reunión no quedó aclarado en que se fundaba la “pobre opinión” que tenía Pawley de “algunos de sus integrantes” ni cuál era aquél que consideraba como “peor que Castro”; es posible que Pawley se refería a las alegadas conexiones que algunos de los miembros del Frente mantenía con la mafia, especialmente con Meyer Lansky[4]. Lo cierto es que dentro de la CIA se tenía pésimas opiniones sobre algunos dirigentes del Frente. Jake Esterline tenía una opinión desfavorable de Antonio Varona coordinador general del Frente Revolucionario Democrático; así lo declararía en la Reunión del Grupo de Estudio Paramilitar, el 22 de mayo de 1961: “Primero ─ dijo respondiendo a la pregunta que se le hiciera sobre su evaluación de Varona ─, él es increíblemente ambicioso. Es un ignorante de la peor calaña; a él no le agradan los Estados Unidos y es absolutamente incapaz de distinguir qué es y qué no es un batistiano, y, por último, y más importante, el hombre no tiene concepción alguna de la seguridad”.

Pawley plantearía un importante asunto. El conocía que existía un Comité que trabajaba en la cuestión cubana, sin embargo, su preocupación consistía en que estaba formado por un grupo de personas muy atareadas de tal modo que no podrían dedicarle el tiempo necesario y la continuidad al problema de Cuba, por lo que consideraba que debiera contar con un ejecutivo fuerte, con un individuo al frente que “tuviera la situación siempre en la punta de sus dedos”, y fuera capaz de tomar una parte activa con el FRD y quizá con otros gobiernos. La idea era que las tareas no se disolvieran en diferentes ocupaciones y que fueran impulsadas por un ejecutivo individual que en todo momento podría conocer lo que la CIA, el Departamento de Estado y los militares estuvieran haciendo y, al mismo tiempo, capaz de dar respuestas directamente al Presidente. Eisenhower consideraba que el mismo Pawley sería el indicado para esa labor. Esta propuesta fue rechazada el 2 de diciembre por el Grupo Especial 5412[5]. El Subsecretario de Estado Douglas Dillon le informaría al presidente Eisenhower que el Grupo consideraba que “sería impracticable concentrar en un solo individuo la responsabilidad de ambos programas”, las operaciones abiertas y las encubiertas; en su lugar, el Grupo proponía que fueran dos altos funcionarios, uno del Departamento de Estado y otro de la CIA los que deberían dedicarse a tiempo completo a aquella tarea. Para estos puestos Dillon propondría al embajador Whiting Willauer como delegado especial del Secretario de Estado Adjunto Thomas Mann y de modo semejante Allen Dulles nombraría a Tracy Barnes como el funcionario de la Agencia dedicado por completo a la dirección del programa conducido por la CIA con respecto a Cuba quien actuaría en concierto con Willauer.

Eisenhower planteó, además, dos preguntas importantes que debían ser respondidas: “¿Se estaba siendo lo suficientemente imaginativo y audaz para que la mano de Estados Unidos “no aparezca”? “¿Se estaban haciendo las cosas que se están haciendo de manera efectiva?” A él le preocupaba que al entregar las responsabilidades de gobierno al presidente electo John F. Kennedy no le gustaría hacerlo “en medio de una emergencia en desarrollo”. Esperaba que cuando hablara con el senador Kennedy su respuesta fuera que “él seguiría la línea general”.

Douglas Dillon explicaría que no se había abandonado la idea de una acción por parte de la OEA bajo el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de 1947. Según su artículo 3.1 en caso de “(...) un ataque armado por cualquier Estado contra un Estado Americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de las Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque en ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas”. Se habían llevado a cabo conversaciones con los embajadores con el objeto de lograr una investigación de Cuba por medio de un órgano de consulta para elaborar un informe que mostrara “lo que hace Cuba en busca de exportar su revolución, la negación de las libertades, etc…” Luego de esto se buscaba realizar una reunión de los ministros de relaciones exteriores a ser celebrada en febrero o marzo esperando que se llegara a un acuerdo para la ruptura de relaciones diplomáticas con la isla, el cierre de las relaciones comerciales de modo que se pudiera invocar la Ley de Comercio con el Enemigo, emprender alguna acción militar para aislar a Cuba y a la exportación de armas, e idear algún método de control regional de todos los agentes comunistas además de los de Castro.

Quedaba pendiente lograr que la nueva administración entrara en sintonía eficaz con los planes que ya se estaban articulando.

De acuerdo con Néstor Carbonell[6], el Grupo Especial 5412[7], creado en 1954 para estudiar los planes operativos encubiertos de Estados Unidos, “se reunió el 8 de diciembre de 1960 para discutir un ‘nuevo concepto’, que consistía en una expedición armada a Cuba de unos 600 a 750 exiliados, (equipados con armas de fuego de extraordinariamente pesado poder)[8] precedida de ataques aéreos que continuarían después del desembarco. Esta operación anfibia, que incluiría la infiltración de núcleos guerrilleros, no fue aprobada formalmente, pero la CIA recibió señales inequívocas de seguir adelante”. Se trataba de una operación anfibia con ataques aéreos procedentes de Nicaragua contra objetivos militares. “El objetivo sería tomar, sujetar un área limitada en Cuba, manteniendo una presencia visible, y entonces atraer elementos disidentes”, desencadenando un supuesto alzamiento general (¿Habría influido las declaraciones de Braddock para considerar este aspecto?). Se preveía también que previo al ataque anfibio unos 60 a 80 hombres serían infiltrados en los equipos guerrilleros (FRUS VI, 621). En todo caso esta operación anfibia constituía una verdadera acción de guerra, que hubiera expuesto claramente que fuera conducida directamente por las fuerzas de Estados Unidos.

De acuerdo con Taylor (Operation Zapata), citado por Carbonell, el coordinador general de las operaciones, Whiting Willauer, del Departamento de Estado, “recomendó complementar la brigada de exiliados cubanos con un contingente de 5,000 a 10,000 reclutas latinoamericanos. Asimismo, señaló que era aconsejable utilizar jets desde bases aéreas de E.U. para proteger a los vulnerables bombarderos B-26 de la brigada”.

En esa misma fecha un estimado especial de la Inteligencia Nacional se refería a la asistencia que en lo militar estaba recibiendo el régimen de Castro del bloque soviético. En nota a la fuente de información se declaraba:

“…hasta la fecha un total de unos 10,000-12,000 toneladas de equipo militar, incluyendo grandes cantidades de armas pequeñas y municiones y algunos helicópteros y probablemente algunos tanques, artillería (también antiaérea) y otros equipos relativamente pesados. Hasta ahora Cuba no ha recibido aviones de combate, aunque algunos entrenadores checos ya han llegado y algunos aviones de combate pueden estar en ruta. Además, el bloque ha proporcionado hasta instructores y quizás 200 técnicos militares y ha tomado un número similar de pilotos cubanos y otros especialistas para darles entrenamiento en el extranjero[9].

Se valoró también en ese informe la capacidad de combate de las fuerzas cubanas, señalándose que las milicias que se estaban organizando su capacidad de combate era baja y muchas de sus unidades todavía estaban en una base de entrenamiento a tiempo parcial. No obstante, se señaló que al parecer estaría “surgiendo un núcleo bien organizado, bien equipado y bien entrenado de unidades leales a Castro y fuertemente influido por los comunistas” que en un plazo aproximado de 12 meses “estas unidades se convertirán en una fuerza de seguridad razonablemente eficaz”; la referencia parece ser la de los Batallones de Combate de las Milicias Nacionales Revolucionarias, que ya por esos días se organizaban en Cuba y se entrenaban en Matanzas a sus jefes de compañías.

Luego en los estimados se hacían algunas consideraciones subjetivas sobre un supuesto descontento de los trabajadores urbanos que se incrementaba por los bajos sueldos y por la escasez de bienes de consumo; por otra parte, el informe se refiere a los grupos alzados en armas en Escambray y en Oriente, “pero el régimen ha reaccionado enérgicamente ─ señala ─ y hasta ahora ha sido capaz de contener estas bandas”. Sobre la actividad del exilio, el informe dice:

En el exterior, grupos de cubanos exiliados están haciendo algún progreso hacia la unidad de fuerzas, sin embargo, ninguno parece tener la capacidad para una acción decisiva contra Castro. Por lo tanto, mientras los enemigos del régimen están creciendo en número, ningún grupo o combinación de ellos parece bastante bien organizado o suficientemente fuerte como para ser una serie amenaza a la autoridad de Castro”.

Se analizaba la actitud de América Latina hacia la revolución castrista, destacándose que no existía una amplia base de apoyo popular de respaldo a un movimiento interamericano contra Castro y, en realidad, la mayoría de los gobiernos de la región serían extremadamente cautelosos para comprometerse con aquella medida. “Los gobiernos de América Latina en general ─ se indica ─ no simpatizan con Castro y cada vez crece más su preocupación sobre la presencia del bloque soviético en Cuba, las revoltosas minorías pro Castro en sus países y las intenciones de Castro de exportar la revolución. No obstante, Castro se beneficia por la falta de voluntad de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos para actuar en su contra excepto cuando él o sus seguidores sean hallados interfiriendo en sus asuntos internos”. El problema de Cuba es apreciado, según el informe, como tendencia por toda la región de ser uno entre ese país y los Estados Unidos. En una de sus consideraciones, el informe declaraba:

Las perspectivas para la acción internacional eficaz contra Cuba siguen siendo pobres. A pesar de la creciente preocupación por Castro y el castrismo entre muchos líderes responsables de América Latina, las inhibiciones acerca de una fuerte acción de OEA contra Cuba probablemente se mantendrán fuertes. El resto del mundo libre probablemente sigue considerando el problema cubano como uno para los Estados Unidos de manejar, con muchos de los Estados de Asia inclinados a solidarizarse con Cuba.

Resulta interesante destacar el punto 9 del informe, donde se lee lo siguiente:

Sólo Guatemala, que hace poco rompió sus relaciones con Castro y posiblemente Argentina y Nicaragua, favorecería una fuerte acción de la OEA en el problema de Cuba. Los presidentes Betancourt de Venezuela y Lleras Camargo de Colombia son firmemente anti Castro, pero tampoco están preparados para moverse en Cuba, el primero, en particular, porque cree que Estados Unidos le abandonaron en sus esfuerzos por acabar con el dictador dominicano Trujillo. Los demás Estados de América Latina serán reacios a apoyar acciones anticastristas en la OEA, con México entre los más intransigentes.

Estos elementos de juicio sobre la actitud latinoamericana serían, posteriormente tomados en consideración por John F. Kennedy, luego de ocupar la presidencia de Estados Unidos.

Con todo el empeño de lanzar una acción de guerra, aunque empleando personal cubano como tropa primaria de asalto, la administración republicana de Eisenhower decide romper las relaciones diplomáticas con el gobierno castrista. La primera medida en esta dirección es tomada el 28 de octubre de 1960 cuando el Departamento de Estado llama a su embajador en La Habana Philip W. Bonsal para unas consultas, algo que, ya en enero había estado considerando y que ahora llevaba a cabo. Bonsal no regresaría a La Habana y la embajada quedaría a cargo de su encargado de negocios (Chargé d’Affaires) Daniel M. Braddock.

La oportunidad para la ruptura diplomática la ofreció la nota de protesta que el gobierno de Castro remitiera el 2 de enero de 1961 al Encargado de Negocios de Estados Unidos redactada en los siguientes términos:

Como consecuencia directa de las actividades de espionaje y subversión de los funcionarios de la embajada norteamericana en Cuba, el Gobierno revolucionario de Cuba solicita del gobierno de los Estados Unidos la limitación de su personal diplomático y consular en La Habana al número de once personas, el mismo mantenido por el gobierno de Cuba en la ciudad de Washington y acorde con los principios y costumbres establecidos respecto a ello en las relaciones internacionales”.

Braddock, de inmediato informa al Departamento de Estado la notificación firmada por Carlos Olivares Ministro interino de Relaciones Exteriores redactada en estos términos:

Tengo el honor de informarle que el Gobierno Revolucionario ha decidido que, bajo las presentes circunstancias, el personal de la Embajada y Consulado de Cuba en Washington, sea diplomático, consular o de otro carácter, cualquiera que sea su nacionalidad, no deberá de exceder de once personas. Del mismo modo, ha decidido que el personal de la Embajada y Consulado de Estados Unidos en la ciudad de La Habana, sea diplomático, consular o de otro carácter, cualquier sea su nacionalidad, deberá igualmente ser limitado a once personas.

Braddock llega a la conclusión de “que sería imposible mantener una útil operación en el nivel autorizado por el Gobierno Cubano”. Braddock recomendaría entonces que Estados Unidos respondiera con la inmediata ruptura de relaciones[10].

Tan pronto se recibiera la comunicación del Encargado de Negocios en La Habana, el Secretario de Estado, Christian Herter se reúne con el designado Secretario de Estado Dean Rusk con el objeto de platearle tres asuntos. “Yo le expliqué (a Rusk) ─ dijo ─ que nuestro Encargado de Negocios en La Habana había recomendado que el mejor curso para nosotros sería romper completamente las relaciones diplomáticas ya que sería imposible llevar a cabo cualquier cosa de un modo digno y efectivo con un personal tan reducido”. Herter además le informaría que habían consultado con James J. Wadsworth, representante permanente de Estados Unidos ante las Naciones Unidas quien consideró que aquella ruptura no interferiría en el debate sobre los cargos que Cuba había presentado contra Estados Unidos; además, Herter informaba que así mismo se había consultado con Braddock quien reiteró su recomendación de una ruptura limpia considerando que esto no pondría en peligro la situación de los restantes ciudadanos de Estados Unidos en Cuba. Herter puntualizaría que esa misma tarde se llegaría a una decisión con respecto a la ruptura de relaciones y que, en su opinión, así se haría.  Rusk esa misma tarde le comunicaría telefónicamente a Herter que había informado al presidente electo y que Kennedy no quería comentar sobre el tema. Las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos quedarían rotas desde ese mismo día, cumpliéndose uno de los deseos más preciados por Eisenhower. A este respecto, años más tarde, comentaría Richard Bissell en su libro Memoirs of a Cold Warrior: from Yalta to Bay of Pigs, publicado en 1996: Eisenhower "parecía estar ansioso por tomar medidas enérgicas contra Castro, y la ruptura de relaciones diplomáticas parecía ser su mejor carta. Señaló que estaba dispuesto a 'moverse contra Castro' antes de la inauguración de Kennedy el veinte (de enero) si una 'realmente buena excusa' la hubiera propiciado Castro. 'En su defecto,' dijo, 'quizás podríamos pensar en la fabricación de algo que fuera generalmente aceptable.'... Esto no era sino otro ejemplo de su voluntad de usar una acción encubierta específicamente para la fabricación de eventos en el logro de sus objetivos en política exterior’”.



[1] Foreign Relations of the United States (FRUS, VI, 590) Memorandum of a Conference with the President, White House, Washington, October 13, 1960, 10:56–11:33 a.m. Eisenhower Library, Whitman File, Miscellaneous Material. The time of the meeting is taken from the President’s Appointment Book. (ibid., President’s Daily Appointments)
[2] Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 558) Memorandum of Discussion at the 451st Meeting of the National Security Council, Washington, July 15, 1960 
[3] Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 613) Eisenhower Library, Special Assistant for National Security Affairs Records, 1960 Meetings with the President. 
[4] Véase al respecto a: Jack Colhoun. Gangsterismo: The United States, Cuba and the Mafia, 1933 to 1966. OR Books, 2013; Douglas Valentine. The Strength of the Wolf: The Secret History of America's War on Drugs. Verso 2006 y Peter Dale Scott. Deep Politics and the Death of JFK. University of California Press, 1996
[5] Foreign Relations of the United States (FURS VI, 615) Eisenhower Library, Whitman File, Dulles–Herter Series.
[6] Néstor Carbonell Cortina. Lo Que No Dijo el Informe del Inspector de la CIA
[7] El Grupo Especial 5412 fue un grupo integrado por los secretarios adjuntos de Estado y Defensa, la oficina del Director de la Central de Inteligencia (DCI), el Consejero presidencial de Seguridad Nacional y una Secretaría de la CIA. Su propósito principal era revisar propuestas de operaciones paramilitares y clandestinas y proporcionar orientación sobre este tipo de propuestas para el Presidente.
[8] The Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 621)
[9] The Foreign Relations of the United States (FRUS VI, 620) Department of State. Submitted by the Director of Central Intelligence (DCI) and concurred in by the United States Intelligence Board on December 8.
[10] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 1) Nota 2 del document 1, Embassy Telegram 2674. 

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