viernes, 16 de septiembre de 2016

Del libro en preparación “Amigos, Aliados y Enemigos. Bahía de Cochinos, una enseñanza VI

Mario J. Viera
Campamento de Retalhuleu


Capítulo LV

Bahía de Cochinos, una enseñanza

(Sexta Parte)


2. La guerrita perdida de JFK (Continuación)

El 14 de marzo de 1961, el nuevo plan modificado para lanzar la expedición hacia la zona pantanosa de Bahía de Cochinos próxima a Playa Girón, abandonando el plan inicial de iniciar los combates por el puerto de Casilda, ya estaba elaborado. El 15 de marzo, el Asistente especial del Presidente para asuntos de seguridad nacional, McGeorge Bundy le informa a Kennedy que ya estaba elaborado el nuevo plan de operaciones contra Cuba que le sería presentado por la CIA; un plan reformado para hacerle, según sus palabras, “tranquilo y espectacular y plausible”. Coincidía Bundy con lo recomendado por el Coronel Hawkins, a quien denomina “el cerebro militar de Bissell”, que, aunque siendo una empresa “ruidosa”, se debía ejecutar la eliminación de la Fuerza Aérea de Castro con pilotos cubanos a bordo de aviones B-26 con los distintivos de las Fuerzas Aéreas Cubanas y la ejecución de seis a ocho incursiones simultáneas de B-26. Aunque era una empresa ruidosa Bundy adelanta su propia opinión diciéndole a Kennedy que ese ataque aéreo tarde o temprano tendría que producirse y que cuanto más se demore, más difícil se haría por cuanto Castro estaba “haciendo esfuerzos drásticos para fortalecer (su fuerza aérea) con aviones rusos y pilotos entrenados en Rusia”. Bundy se expresaba con optimismo; se golpearía las fuerzas de aire castristas en solo un día con aviones precedentes de Puerto Cabezas en Nicaragua sin que, al menos por un tiempo, no se conociera de dónde provenía el raid y sin que nadie pudiera probar que no se trataba de una rebelión interna de la Fuerza Aérea Cubana que en el pasado había sido de “una muy dudosa lealtad” y expresaría diciendo: “Luego la invasión podría venir como una empresa independiente, y ni el ataque aéreo ni el tranquilo desembarque de los patriotas, en sí mismo, le daría a Castro nada que llevar a las Naciones Unidas”. Y concluye Bundy diciendo: “He sido un escéptico sobre la operación de Bissell, pero ahora creo que estamos al borde de una buena respuesta. También creo que Bissell y Hawkins han realizado un trabajo honorable de satisfacer las adecuadas críticas y las advertencias del Departamento de Estado[1].

Se estaba desechando un plan que había tomado prácticamente todo un año para elaborar, en tan solo unos días, un nuevo plan de operaciones que fuera más tranquilo “menos que una Segunda Guerra Mundial”; pero el tiempo apremiaba y la CIA daba fechas límites para hacer viable la operación. Sin lugar a dudas la precipitación influiría en los resultados del nuevo Plan de operaciones.

En la tarde de ese mismo día 15 de marzo, los oficiales CIA, Allen Dulles y Bissell se presentaron en la Casa Blanca para dar a conocer el plan reformado al que se refiriera Bundy. Allí se reunieron con el presidente Kennedy junto con el vicepresidente Johnson, McNamara, Rusk, Thomas Mann, McGeorge Bundy, William Bundy, Adolf A. Berle y los generales Lyman Lemnitzer y Gray. Se le presentaría el plan Zapata a Kennedy y luego se abriría una discusión en torno al mismo. Kennedy plantearía sus dudas y sus objeciones; no le agradaba para nada que el desembarque se realizara al romper el día, y si se quería presentar la operación como si fuera de los guerrilleros lo mejor que debería hacerse era que las naves de Estados Unidos permanecieran, ya al amanecer, distantes de la zona de operaciones. Luego indicó que todo el plan fuera revisado y se celebrara otra reunión a la mañana siguiente.

Cumpliendo esta orden, los oficiales de la Agencia se presentaron a la mañana siguiente ante el Presidente para darle a conocer los conceptos que fueron revisados para la operación de invasión a Cuba, indicando donde se procedería a hacer saltos en paracaídas en las primeras horas del día D y la prevención de que las naves de Estados Unidos estuvieran alejadas de las costas cubanas. Kennedy decidió continuar con los planes de Zapata, pero se reservó el derecho de cancelar el operativo hasta con 24 horas de anticipación al día D. Evidentemente, Kennedy dudaba y pregunta al Almirante Arleigh Burke cuál era, según su criterio, las posibilidades de éxito de la operación, a lo que este le aseguró que había una cifra probable de alrededor del 50 por ciento.

Sobre estos aspectos, el Coronel Hawkins diría tiempos más tarde:

Pensamos en otro plan para Trinidad con tropas de desembarco que irían directamente a las montañas... pero no había ningún campo de aviación. Finalmente, a través de fotografías, encontramos lo que pensábamos era un campo útil ─ esto fue en el área de Zapata ─ y esto es lo que nos llevó a esa área. El plan rápidamente se armó. Comenzamos alrededor del 15 de marzo ─ después de la reunión del 11 de marzo. Un error de interpretación de la fotografía había ocurrido. Creímos que había una pista usable de 4 500 pies al norte de Zapata (presumiblemente Soplillar). Uno de los inconvenientes era la bahía de 18 millas, lo que quiere decir que tendríamos problemas llevando a la gente en horas del día. Encontramos un campo de 4 100 pies en Playa Girón. Nunca habríamos adoptado el Plan Zapata si hubiéramos sabido que él (Castro) había coordinado fuerzas que cerraría y lucharían como lo hicieron. El requerimiento del campo de aterrizaje fue lo que nos condujo a Zapata[2].

Las condiciones del terreno de operaciones, una estrecha faja de tierra que podía ser cercada e impedir el avance de los expedicionarios, en caso de apuro, hacia las montañas del Escambray (distantes a más de 50 millas), colocaban a los expedicionarios en condiciones precarias y mucho más si se considera que carecerían de apoyo aéreo y de fuerzas de tierra del ejército de Estados Unidos. El mismo Castro ofreció una breve descripción de la zona de Playa Girón en el discurso que pronunciara el 17 de abril de 1962: “…una vía estrecha de varios kilómetros, a cuyos lados existen intransitables pantanos y cenagales; caminos que desde el punto de vista militar resultan muy fáciles de defender y muy difíciles de tomar (…) Y las fuerzas que lanzaron eran más que suficientes para defender esos caminos, sobraban para defender esos caminos, porque son tan estrechos que resulta virtualmente imposible desplegar en su defensa fuerzas mayores”.   

Barnes señala que la “junta de jefes de Estado Mayor, aunque eran tibios en su apoyo (al plan Zapata) en presencia de Kennedy, en privado desdeñaban el plan de la agencia considerándolo ‘débil’ y ‘poco riguroso’. El ministro de defensa, Robert McNamara, y el asesor de seguridad nacional, McGeorge Bundy ─ ninguno de los cuales tenía un alto nivel militar o un trasfondo en la inteligencia ─ respaldaron la idea[3]. La participación aérea sería aportada por solo 8 aviones de los 16 que previamente se habían considerado. A pesar de sus dudas, Kennedy llegó a considerar exitoso el nuevo plan desoyendo los consejos de valiosos asesores que le advertían en contrario. Al respecto dice Barnes: “Dean Acheson[4], el anterior secretario de Estado, objetó basado en motivos prácticos, notando que no había que ‘llamar a Price-Waterhouse” (empresa de contabilidad) para ver que mil quinientos cubanos era improbable que derrotasen a los veinticinco mil hombres del ejército que Castro estaba entrenando. Tampoco JFK consultó a dos miembros de su gabinete que tenían una relevante experiencia: el ministro de agricultura, Orville Freeman, veterano de los marines en los aterrizajes en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, y al ministro de trabajo, Arthur Goldberg, ex oficial de inteligencia del gobierno”. Idéntica opinión sustentaba el Coronel Hawkins sobre los conocimientos militares que poseían Dean Rusk y McNamara tal y como se desprende de lo que expresara a Peter Kornbluh:


Yo fui dos o tres veces con (el Director de la CIA) Allen Dulles a reuniones en la Oficina Oval en la Casa Blanca con el Presidente Kennedy y miembros de su gabinete.  El Sr. Rusk habló más que cualquier otro miembro del gabinete y se oponía rotundamente a esta operación y al uso de cualquier nave aérea.

No creo que nadie le explicara que usted no puede llevar un escuálido transporte de tropa hacia una playa hostil y arrojar ancla y comenzar a descargar las tropas con luchadores hostiles y bombarderos por encima. No se puede hacer. Nadie en los altos niveles de la administración parecía conocer eso y nadie se lo hizo claro al Presidente Kennedy lo que yo sé.[5]

Si consultamos la biografía de Dean Rusk tendríamos que afirmar que no era precisamente un neófito en asuntos militares. Durante la Segunda Guerra Mundial se había alistado en la infantería como Capitán, inicialmente en la Rama de Inteligencia Militar del Departamento de Defensa, alcanzando posteriormente el grado de comandante de infantería; trabajó para los servicios de inteligencia en Birmania, China y en la India como oficial del estado mayor y al final de la guerra ostentó el grado de coronel con la Legión al Mérito. Por otra parte, Rusk no era un liberal en el sentido que se da en Estados Unidos a esta palabra. Sus posiciones políticas le definirían más como uno de los halcones dentro del gabinete de Kennedy. Teniendo esto en cuenta, Kennedy prefería dar mayor importancia a otros miembros de su gabinete que al mismo Rusk; realmente, tal como este lo revelara años más tarde en su libro autobiográfico As I Saw It, no mantenía buenas relaciones con el Presidente, situación muy diferente con la que mantuvo con el Presidente Johnson quien lo alabara diciendo de él: “…tiene valor. Un cracker de Georgia. Cuando vas con los marines, él es el tipo que quisieras a tu lado”.

En cuanto a Robert McNamara, en 1943 formó parte de la fuerza aérea de los Estados Unidos (USAAF) con el grado de capitán.

Aunque aceptando con ciertas dudas el plan de invasión, Kennedy continuaba posponiendo la fecha de inicio y discutiendo todavía sus detalles ya que dos de sus más estrechos asesores, Arthur M. Schlesinger, a quien el novelista cubano partidario del castrismo, Lisandro Otero denominara el Maquiavelo de Kennedy, y su secretario de Estado Dean Rusk, se oponían al proyecto. Ciertamente, el 11 de febrero, Schlesinger le había escrito a Kennedy el siguiente memorando donde expresaba su oposición a un ataque armado en Cuba, una carta que contra el argumento de guerra anteponía la concepción política:

Como conoces, hay una gran presión dentro del gobierno a favor de una decisión drástica en relación con Cuba. Hay, me parece, un argumento plausible para esta decisión si uno excluye, excepto a la misma Cuba y solo se ve al ritmo de la consolidación militar de Cuba y a la ascendente impaciencia del exilio armado.
Sin embargo, tan pronto como uno comienza a ampliar el enfoque más allá que Cuba para incluir el hemisferio y al resto del mundo, los argumentos contra esta decisión comienzan a ganar fuerza.
No importa cuán bien disfrazada sea cualquier acción, ella será atribuida a los Estados Unidos. El resultado sería una ola de protestas masivas, de agitación y sabotajes a lo largo de América Latina, Europa, Asia y África (para no hablar de Canadá y de ciertos sectores en los Estados Unidos). Lo peor de todo, esto sería tu primera dramática iniciativa en política exterior. De un solo golpe se disolvería toda la extraordinaria buena voluntad que ha ido creciendo en todo el mundo hacia la nueva administración. Se fijaría en la mente de millones una imagen malévola de la nueva administración.
Puede ser posible que se equilibre esta drástica decisión. Si es así, todo cuidado debe ser tomado para protegernos contra las inevitables consecuencias políticas y diplomáticas.

1 ¿No sería posible inducir a Castro a tomar la primera acción ofensiva? Y él ha lanzado ya expediciones contra Panamá y contra la República Dominicana (…) Si solo se pudiera inducir a Castro a cometer un acto ofensivo, entonces se le nublaría la cuestión moral y la campaña anti Estados Unidos quedaría maniatada desde el inicio
2 ¿No debieras considerar en algún punto dirigir un discurso a todo el hemisferio para dejar establecido con elocuentes términos tu propia concepción del progreso interamericano hacia la libertad individual y la justicia social? Un discurso como ese identificaría nuestra política latinoamericana con las aspiraciones del pueblo sencillo del hemisferio. Como parte de ese discurso, podrías destacar las amenazas que se levantan por los estados dictatoriales en contra del sistema interamericano, y especialmente de aquellos estados dictatoriales que están bajo el control de gobiernos e ideologías no hemisféricos. Si esto se hace adecuadamente las acciones contra Castro pudieran ser vistas a favor de los intereses del hemisferio y no solo de las corporaciones norteamericanas.
3 ¿No podríamos derrocar a Castro y a Trujillo al mismo tiempo? Si la caída del régimen de Castro fuera acompañada o precedida por la caída del régimen de Trujillo, se mostraría que la principal preocupación que tenemos es la libertad humana y no solo la oposición a los dictadores de izquierda.

Si finalmente se prueba necesaria la decisión drástica, espero que pasos de este tipo puedan hacer algo para mitigar los efectos. Y si tomamos la decisión drástica, debe dejarse claro que tenerlo que hacer así, no a la ligera, sino solo después de haber agotado cada alternativa concebible.
Arthur Schlesinger, Jr.[6]

Estas largas dadas a la ejecución del plan, colmaban la paciencia de Richard Bissell quien le reclama al presidente diciendo: “No puede dejar para mañana este asunto. Puede cancelarlo, en cuyo caso se plantea otro problema. ¿Qué hacemos con los mil quinientos hombres? ¿Los soltamos en Central Park a que se desmadren, o qué?”  

Ciertamente Kennedy tenía una papa caliente en sus manos. Había iniciado su mandato con un plan de operaciones paramilitares, ya en fase de conclusión, elaborado durante la anterior administración y ─ como apunta Pfeiffer[7] ─, recibido en herencia “un contingente paramilitar en formación con aviones (bombardero/soporte de tierra y transporte) y una brigada de infantería que tenía probablemente la mayor concentración de poder de fuego en la cuenca del Caribe, sino en toda la América Latina”. Toda la operación estaba bajo la lupa inquisitiva de los medios. No era posible guardar el secreto de que algo se estaba preparando en Estados Unidos contra Castro; “el plan del gobierno, como diría Pfeiffer, de mantener la “plausible deniability” sobre su participación anticastrista tenía la invulnerabilidad de la ropa nueva del emperador”. ¿Qué hacer? Su Secretario de Estado está en contra del proyecto e igualmente su principal consejero, Schlesinger lo rechaza y él mismo tiene sus dudas. El tiempo estaba conspirando… la pregunta sería: ¿Contra quién? ¿Contra el éxito de la operación ya acordada o contra el mismo presidente?

Hay que hacer notar que el Estado Mayor Conjunto (EMC) no estuvo de acuerdo con el traslado de las operaciones de Trinidad hacia Zapata, no obstante, dio su máximo apoyo al Plan Zapata. Respondiendo a un cuestionamiento realizado por el Grupo de Estudios Cubanos en relación con la responsabilidad del EMC de ofrecer voluntariamente asesoramiento al Presidente y que al no producirse este, el presidente tendría el derecho a pensar que todo estaba bien, el General White respondería: “Sí, salvo que ocurrieron una serie de cosas que yo desconocía. Yo desconocía la cancelación de los bombardeos del Día-D”. Agregaría que a pesar de que el EMC pasó menos tiempo estudiando el plan Zapata que el que había dedicado al estudio del plan Trinidad, la cuestión básica era que se trataba de un cambio de ubicación, más que algún cambio significativo en el plan.



[1] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 64) Memorandum from the President's Special Assistant for National Security Affairs (Bundy) to President Kennedy. Kennedy Library, National Security Files, Countries Series, Cuba, General, 1/61-4/61
[2] Citado por Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. 9 de noviembre de 1984 
[3] John A. Barnes. Op. Cit.
[4] Dean Acheson había sido Secretario de Estado durante el gobierno de Harry S. Truman de 1949 a 1953. Aunque ignorado por el gobierno de Eisenhower, Acheson influyó en gran manera sobre las políticas de respuesta flexible de Kennedy
[5] Peter Kornbluh. Op. Cit.
[6] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 43) Memorandum from the President's Special Assistant (Schlesinger) to President Kennedy. Kennedy Library, Papers of Arthur Schlesinger, Cuba 1961, Box 31.
[7] Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. 9 de noviembre de 1984  

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