domingo, 26 de noviembre de 2017

Fidel Castro, alcalde de Miami

Ernesto Morales. Cibercuba



Los cubanos pondrían a Fidel Castro otra vez. Mañana mismo. Si por una inesperada condena celestial los cubanos vieran al viejo Fidel ─ que siempre pareció haber nacido viejo ─ salir de entre la roca santiaguera donde le han enclaustrado, lo votarían, le pondrían la banda presidencial, el anillo de regente, lo que sea. Lo harían gobernante otra vez.

Pero no hablo de los cubanos de Cuba. Hablo de los cubanos de fuera de Cuba. Quise evitar decir los cubanos de Miami, pero no hay escapatoria. Enmiendo mi sentencia: Hablo de los cubanos de Miami. Porque los cubanos de Miami somos una peculiar especie de emigrados que no nos cansamos de gritar que nos fuimos, y que menos mal, pero que a hurtadillas seguimos viviendo como si jamás nos hubiéramos ido. El fenómeno merecerá un aparte bajo las lupas de la antropología futura.

Digámoslo de una vez: los cubanos suspiran por los dictadores. Quizás no lo sepan, lo nieguen, se rasguen las floridas camisas tropicales en arrebatos también tropicales de cólera cubana: "¿Qué dice esa boca acusatoria, que a los cubanos nos gusta qué?" Y dramatismos afines. Pero en el fondo, en el fondito, ahí en el software cubano, en ese ADN incrustado contra los glóbulos y las arterias y los nervios, ahí, algún demoníaco hijo de puta nos puso la semilla del mal: "Adorarás a los hombres fuertes por los siglos de los siglos, amén". Llámese Fidel Castro. Llámese Víctor Mesa. Llámese Hassán Pérez. Llámese Hugo Chávez. Llámese Donald Trump.

Los salvadores, los gritones, los yo sé más que tú, los Mesías todopoderosos. Esos nos encantan. Por eso los cubanos de Miami votaron en manadas por un presidente nacido en New York que los desprecia: a ellos y a todos los latinos. Por eso los cubanos salieron en jaurías sedientas a entregar su voto a un millonario inmobiliario para el que ellos – que no hablan inglés, que pronuncian fústan y requiu ─ son todos lo mismo: mexicans. Porque en el fondo adoramos a los mandamases. Detestamos a los intelectuales, a los hombres de ideas sin puñetazos en la mesa. Adoramos más el gesto que la mano dura.

Barack Obama fulminó con drones a cientos de talibanes, yihadistas, basuras de ISIS y AlQaeda, sin apenas hablar de ello. Donald Trump lanzó diez cohetes a un aeropuerto sirio donde no mató ni a la abuela de un general de Al Assad. Pero Donald Trump es el de la mano dura: él sabe gritar y amenazar. Los drones de Obama son armas del silencio.

Fidel Castro no habría usado drones jamás. Por eso los cubanos votarían mañana por Fidel Castro. Porque de haberlos tenido, él habría preferido los cohetes del ruido. Los manotazos sobre el buró. La bravuconería matonesca de quien habla y chisporrotea saliva con sus discursos vocíferos. Para Fidel Castro un drone habría sido una cosa demasiado afeminada, cuando siempre se tiene a mano una Katyusha equipada como Dios manda.

Eso enerva a los cubanos. Les pone la carne de gallina: "Ese es mi hombre". ¿Verdad que sí? ¿Verdad que cuando Donald Trump grita que va a lanzar furia y fuego contra Kim Jong Un, en un intercambio de grititos de Twitter, los cubanos de este lado del mar aplaudimos con un fervor de veintiséis de julio porque eso, amigos míos, eso es ser un verdadero presidente?

Los cubanos no analizamos circunstancias. Para nosotros vale el gesto. Por eso un cubano trumpista como Breitbar News manda, no se corta para decirte lo primero que le viene a la mente cuando siente que cuestionas, oh blasfemia, al comandante en jefe Trump: "Pues si no te gusta, vete de aquí". (Algunos ni siquiera saben que su cargo militar es ese, commander in chief, y cuando te oyen decirle comandante en jefe se arma la de sanquintín: comunista, malparido, venir a decirle eso a nuestro presidente).

Pues si no te gusta, vete de aquí. Te lo juro. Es lo que dicen. No se lo piensan mejor. Permiten la fuga por entre el cerco de sus dientes de esa construcción tan conocida, tan emblemática, tan de mural de la CTC, con que nos abofeteaban allá al otro lado del mar cuando algo no te gustaba de su gobierno familiar.

Que si no te gustaba que te fueras. Y si preguntabas que para dónde, o cómo, porque eso era lo que te desquiciaba, lo que estabas loco por hacer, irte, ellos no te buscaban opciones o mejores respuestas. Ellos solo te gritaban que te fueras, para que sepas.

Y te estigmatizan, en esta casa grande que han dado en llamar el exilio. No importa que hayas emigrado acá como hijo de un padre que te reclamó. No importa que vinieras con Visa Fiancé, a casarte en Estados Unidos como mismo hace un checo o un marroquí que aplique para ese trámite migratorio universal. No. Si eres cubano eres exiliado, no emigrado, y por tanto debes borrar de tu léxico la pareja de sustantivo más adjetivo "gobierno cubano" y sustituirla cuanto antes por "dictadura", o "régimen", so pena de caer atravesa´o a los secretarios del Partido (Anti)Comunista que por este lado pululan y ganarte por méritos propios el cartelito de comunista.

Comunista. Candela al jarro. Es más fácil ser comunista en Miami que en Pyongyang. Es más: yo diría que es casi imposible no ser comunista alguna vez en Miami. Yo mira que lo he intentado: yo que detesto a todo lo que me suene impositivo, gritón, totalitario. Pues nada, no lo consigo: en Miami he sido comunista demasiadas veces ya.

¿Que le llamas gobierno cubano a la dictadura cubana? Comunista. ¿Que aplaudes en YouTube los jonrones de Antonio Pacheco y Orestes Kindelán? Comunista. ¿Que dices que Alicia Alonso  es una bailarina descomunal, y que Juan Formell , que no bailaba, inventó entre los humanos eso que llaman baile? Comunista. ¿Que dices que Barack Obama dio el mejor discurso de la historia de Cuba allá, en un aula magna de La Habana? Miserable, rata, malagradecido, que Trump te deporte. Ah, y comunista.

Por eso los cubanos de Miami hablan más de Fidel Castro que los de Cuba, y con esto no pretendo descubrir nada nuevo. ¡Es que en La Habana desterraron sus cenizas a Santiago de Cuba, a 900 kilómetros de distancia, cuando en Miami pareciera que es el alcalde!

Porque a los hombres duros, rufianescos, bocones, a esos los cubanos los respetan y les dan su venia. Sea para amarlos o para odiarlos. Pero esos son los suyos. Para los cubanos, un verdadero enemigo tiene que ser como un verdadero amigo: rudo, rústico, autoritario. Por eso Raúl Castro jamás será merecedor del verdadero odio de los cubanos de Miami: es muy flojo. Se rumorea su afición a los pecados nefandos. Y habla poco. Y cuando habla, la voz le tiembla.


A ese, no le votarían en Cuba ni en Miami. Pero al otro, al cenizas, mejor ni te digo. No se me ocurre especular el resultado de unos surrealistas comicios entre Fidel Castro y Donald Trump aquí, en la cuna (o Cuba) del exilio.

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