lunes, 13 de noviembre de 2017

¿Politólogo? ¡Qué va!

Mario J. Viera


Aunque en muchas, muchísimas ocasiones me atrevo a enunciar juicios políticos, ¡qué osadía de mi parte!, en realidad no soy algo así como un tipo de politólogo. Mucho me falta por aprender en esta endemoniada ciencia de la politología. A veces, me topo con personas con las que comparto opiniones o entablo un debate sobre temas políticos y me impresiona lo mucho que tengo que aprender de sus juicios y de sus conocimientos. Sin embargo, pienso, ¿luego soy? No sé; o tal vez concluyo pensando que lo único de lo que estoy seguro es que no sé nada. Pero si soy una persona de pensamiento libre ─ libre dentro de los límites que me permiten los esquemas aprendidos por experiencia o por lo que otros han inspirado en mí, de todo el ambiente en el que me he formado ─ tengo el derecho, más bien, la obligación de expresar mi pensamiento, mis opiniones y mis criterios. Esto me conforta y me deja un consuelo que alivia mis limitaciones.

¿De política, qué conozco? Salvo lo que me he atragantado de El Príncipe de Maquiavelo, o lo que en parte he aprendido de Carl Schmitt, de Max Weber, lo tomado de Friedrich Nietzsche, lo poco que he aprendido de Hannah Arendt, de Kant, de Rousseau y de Hegel, de John Locke y del muy denso Herbert Marcuse; ¡Ah, y hasta el Leviatán de Hobbes, El Espíritu de las Leyes de Montesquieu y El Sentido Común de Thomas Paine! Nada que pueda equiparme con el bagaje de ideas y teorías que conforman el currículo de un politólogo. Concluyo, creo que en política soy un perfecto diletante.

Como no soy politólogo no elaboro sesudas tesis sobre determinados temas de la política, aunque de vez en vez me atreva, con inusitada osadía, hacer pronósticos políticos que, alguna que otra vez, logro aceptar y en otras me quedo bien corto de los resultados factibles; aunque debo reconocer a mi favor, que los pronósticos políticos son más volubles que los pronósticos meteorológicos y que aún hasta los politólogos de más renombre pueden equivocar sus pronósticos. ¿Quieren un ejemplo de lo que digo? En las elecciones de 2016, todos los politólogos y todas las encuestas daban por segura la victoria electoral de Hillary Clinton, ¿y qué resultó? Pues que el candidato, al que primero se consideró que no llegaría a finales de las primarias, resultó electo como presidente de Estados Unidos. Un verdadero chasco ¿verdad? Pero como apuntara Weber “La cátedra no es ni para los demagogos ni para los profetas”. Es que como asevera Norberto Bobbio, “La dificultad de conocer el mañana también depende del hecho de que cada uno de nosotros proyecta en el futuro las propias aspiraciones e inquietudes, mientras la historia sigue su camino, desdeñando nuestras preocupaciones, un camino formado por millones y millones de pequeños, minúsculos, hechos humanos que ninguna mente, por fuerte que pueda ser, jamás ha sido capaz de recopilar en una visión de conjunto que no sea demasiado esquemática para ser admitida”. Y al conjuro de esta su opinión, Bobbio asegura: “Por esto las previsiones de los grandes señores del pensamiento se han mostrado equivocadas a lo largo de la historia, comenzando por las de quien parte de la humanidad consideró y considera aún fundador de una nueva e infalible ciencia de la sociedad: Carlos Marx”.


No soy ni con mucho uno de esos “grandes señores del pensamiento”, cuando más a lo único que pudiera llegar en política es a ser uno de los tantos diletantes que se atreven a exponer sus opiniones, sin temor de que algunos le consideren como un mediocre osado, porque, al fin y al cabo, los mediocres forman la media aritmética en toda sociedad.

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